Después de ducharse, Max se puso la ropa que Isabella había preparado para él. Luego bajó las escaleras con pasos lentos y firmes hacia el comedor, donde varias personas ya lo esperaban.
Saludó cortésmente a Anna y a Adeline antes de sentarse junto a Isabella, justo frente a su madre. La mesa del comedor en casa de Isabella solo tenía espacio para cuatro, así que todos estaban bastante cerca.
Isabella le sirvió una taza de chocolate caliente a su esposo y luego tomó el cucharón para servirle el desayuno.
—No hace falta. Puedo hacerlo yo —dijo Max con frialdad, girando el rostro hacia otro lado.
Sobresaltada, Isabella se quedó inmóvil y dejó el cucharón en silencio.
—Max, ¿podrías hablarle a tu esposa con más educación? —la voz de Anna cortó el aire con firmeza.
—¿Qué dije que no fuera educado, mamá? —replicó Max, a la defensiva.
—Deja que tu esposa te sirva —ordenó Anna con tono firme.
Max no respondió, pero Anna le hizo una seña a Isabella para que continuara. A regañadientes, Isabel