92. No se lo digas a mamá
SIETE AÑOS DESPUÉS:
Acababa de volver de una misión.
Aún llevaban el abrigo negro, las botas manchadas de polvo y esa mirada sigilosa de hombres que regresan del borde del caos.
Pero en cuanto pisó el jardín, todo cambió.
—¡Papá! —una voz infantil, fuerte y emocionada, rompió la calma.
Ramsés corría hacia él con una daga de madera en la mano.
La misma que Valerik había tallado con paciencia absurda una noche en que Rashel dormía a su lado, después de que su hijo se lo pidiera.
Le encantaba burlarse de Dimitry pero lo cierto es que sus hijos y su esposa eran su debilidad, cualquier cosa que quisieran Valerik estaba más que dispuesto a ponérselo a sus pies.
El niño se detuvo frente a él, levantando la daga con orgullo.
—¡Mira, papá! ¡Ya sé el golpe que me enseñaste!
Movió la muñeca con precisión sorprendente mostrándole a su padre con orgullo.
—Así... y luego así.
Valerik sonrió.
La sonrisa torcida, peligrosa y suave que solo su familia conocía.
—No está mal, hijo —dijo agachándose para