3. Salgamos
Zinoviy no sonrió.
Pero hubo algo, una contracción mínima en su mirada, como si el mundo entero hubiera dejado de importarle al verla. Pero ese detalle pasó desapercibido para ella, sin embargo, Vasilisa sintió un calor repentino que bajó directo al vientre.
Intentó moverse, pero su cuerpo estaba atrapado entre el shock y una necesidad que no comprendía.
Pensó que no iba a volver a verlo y de repente estaba ahí, entre todos sus compañeros, mirándola con demasiada atención.
Avanzó con pasos inseguros hacia la mesa mientras su pecho subía y bajaba con un ritmo traicionero.
Su compañero Mario sonrió al verla.
—¡Vasya! Ven, mira quién vino. Zinoviy. —Le dio una palmada en el hombro al hombre como si fuera un conocido casual—. Trabajamos en un proyecto juntos hace un año. Pasó cerca y le dije que viniera.
Aquella era una excusa barata y mal actuada pero Zinoviy mantuvo el papel de “invitado casual” con una calma glacial, como si él mismo no hubiera escrito el guión.
—Un gusto conocerte —di