Al día siguiente.
La boutique de novias era un lugar impecable, elegante, con enormes ventanales que dejaban entrar una luz suave que hacía brillar cada encaje expuesto.
El aroma a flores frescas y el murmullo delicado de otras clientas daban al ambiente un aire casi sagrado.
Allí, en medio de todo ese blanco perfecto, Amara estaba subida a una tarima ovalada, mientras una costurera ajustaba los últimos alfileres del vestido que estaba probándose.
Su madre observaba desde un sillón, con los ojos humedecidos y las manos entrelazadas sobre el regazo, bebía una copa de champán.
Sídney sonreía de oreja a oreja, comentando lo radiante que se veía. Y, a un costado, más discreta, pero igualmente atenta, estaba Stelle, acompañándola como siempre, tratando de no pensar demasiado en el torbellino de emociones que arrastraba desde hacía días.
Amara, dentro del probador, daba vueltas frente al espejo.
El vestido era un sueño: falda amplia, delicados bordados plateados y un talle que acentuaba su f