Ronald lanzó un grito tan desgarrado que resonó por todo el departamento como el rugido furioso de un animal herido. Golpeó la mesa con tal fuerza que los papeles volaron por el aire.
Su rostro estaba rojo, la vena del cuello palpitaba, y sus manos temblaban de pura rabia. Hannah, su amante inseparable, salió corriendo de la habitación al escucharlo.
—¿Qué pasó? —preguntó sin aliento, acercándose con auténtico pánico.
Ronald la miró con los ojos desencajados, casi desorbitados.
—¡Amara entregó su empresa al desgraciado de Liam! —escupió cada palabra como si le quemara la lengua.
Hannah se quedó congelada. Su expresión, primero incrédula, luego furiosa, se transformó lentamente en desesperación.
—¿Qué? ¿Cómo que se la entregó? ¡Eso no estaba en los planes! —gritó, llevándose las manos al cabello—. Ronald… ¿Qué vamos a hacer ahora? Contábamos con ese dinero. Con esa empresa. Era nuestro as bajo la manga para hundirlos a los dos. Y ahora ella… ella ganó. Quedó con Liam. Él es rico, de fam