—¿Qué malditas cosas quieres, Sídney? —La voz de Leslie temblaba entre rabia y miedo.
Al otro lado de la línea, Sídney dejó escapar una risa suave, casi burlona.
—No te pongas así, querida —respondió con una calma inquietante—. Solo llamo para darte una noticia... un regalo, si quieres verlo así.
Hubo un silencio corto, antes de que su voz bajara a un susurro gélido.
—Es Donato. Está muriendo en un hospital. Te envié la dirección por mensaje. Ve y despídete de él, querida socia.
El sonido seco del teléfono al colgar resonó como un disparo. Leslie se quedó paralizada, con el aparato en la mano, mientras su respiración se aceleraba.
Miró la pantalla. Ahí estaba el mensaje.
“Hospital Nexxus del Centro.”
El nombre destellaba frente a sus ojos como una sentencia.
—¡No, no, no! —repitió una y otra vez, con la voz quebrada—. Es mentira… ¡Ella miente! ¡Todo esto es otra de sus malditas trampas!
Pero su cuerpo no obedecía a la razón. Sus dedos temblorosos buscaron el número del hospital. Marcó