Travis pidió ir directo al hospital.
Apenas el auto se detuvo, bajó a toda prisa y tomó a Sídney en brazos con una urgencia que no se permitía mostrar.
La llevó hasta la sala de urgencias, su respiración entrecortada, el corazón latiendo como un tambor.
No recordaba haber sentido tanto miedo desde hacía años.
La colocó con cuidado sobre una camilla.
Por un instante, el tiempo pareció detenerse.
La miró: su rostro, tan sereno a pesar de la debilidad, le revolvió algo en el pecho.
Aquella mujer que siempre se mostraba indestructible, ahora parecía una flor al borde del invierno. Sus dedos se movieron por instinto, casi tocando su mejilla, casi acariciando aquel rostro que tantas veces había amado y odiado con la misma intensidad… pero una voz lo sacó de su ensueño.
—Vamos a revisarla, señor Mayer —dijo el médico, interrumpiéndolo.
Travis se apartó con un nudo en la garganta. Asintió sin decir palabra y se quedó fuera, con los puños, mirando la puerta como si pudiera traspasarla con la mi