—¡Es mi hija, Travis! ¡Solo mi hija! —las palabras de Sídney resonaron en la habitación, llenas de una intensidad que cortaba el aire.
Su voz, cargada de una mezcla de desesperación y determinación, hizo eco en el corazón de Travis, quien se encontraba de pie, con los puños apretados, incapaz de contener la tormenta de emociones que lo invadía.
Sídney se sentó, tratando de mantener la calma mientras alimentaba a la bebé.
Cada movimiento era un acto de amor, un intento de proteger a su hija de la vorágine que la rodeaba.
Pero la tensión entre ellos era palpable, como un hilo tenso que podía romperse en cualquier momento.
—¿Cómo te atreves? —dijo Travis, su voz temblando de rabia contenida—. De todos modos, lo sabré. Hice una prueba de ADN.
Sídney lo miró con furia, sus ojos centelleando como dagas.
La idea de que él hubiera tomado esa decisión sin su consentimiento la llenaba de indignación.
—¡Te demandaré por hacer esto sin mi consentimiento! —exclamó, su voz, resonando con la fuerza d