Sídney llegó a su mansión, el corazón aún agitado por los recientes acontecimientos.
Al abrir la puerta, se encontró con la calidez de su mejor amiga, Glory, quien estaba allí esperándola.
Glory corrió hacia ella, sus brazos abiertos como un refugio en medio de la tormenta.
—¡Sídney! ¿Estás bien? —preguntó, su voz llena de preocupación genuina mientras abrazaba a su amiga con fuerza.
Sídney sintió cómo el abrazo la envolvía, un bálsamo para su alma herida.
Glory tomó a la pequeña en brazos con ternura, admirando su belleza inocente.
—Oh, ¡qué hermosa! —exclamó, su rostro iluminándose al ver a la bebé.
Sídney sonrió al ver a su hija, un destello de alegría en medio de la confusión que la rodeaba.
—Sí, ¿sabes? Él la conoció… Travis conoció a su hija —dijo Sídney, y al pronunciar esas palabras, una sombra de angustia cruzó su rostro.
Glory la miró, sorprendida y alarmada.
—¡¿Qué?! ¡Dios, Sídney! ¿Qué está pasando? —su voz temblaba, reflejando la inquietud que sentía por su amiga.
Llevaron