Él me mató.

Isabella se obligó a abrir los ojos lentamente, como si sus párpados estuvieran hechos de plomo y cada movimiento demandara una fuerza sobrehumana.

Al principio solo percibió sombras difusas que parecían danzar en la penumbra, destellos intermitentes que provenían de una bombilla sucia colgando de un cable deshilachado en el techo.

Entonces, el olor la golpeó con violencia, un hedor denso que impregnaba el aire y se colaba en su piel, humedad, cigarrillos viejos, sudor y algo metálico que reconoció de inmediato.

Sangre.

Ese aroma era inconfundible, tan penetrante que parecía adherirse a su garganta.

Su boca estaba reseca, ardía como si hubiera tragado arena. Sintió un sabor metálico y ácido extenderse sobre su lengua, provocándole náuseas y arcadas que apenas logró contener.

Intentó mover la cabeza, buscando orientarse, pero un dolor punzante la atravesó de sien a sien, como si una aguja incandescente se hundiera en su cráneo.

Un gemido ahogado escapó de sus labios antes de que la rea
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