Te perdono.

La habitación de la clínica estaba iluminada por la luz tenue de la lámpara sobre la mesita de noche. ‎‍‍‍‍‍‎

Isabella reposaba sobre la cama, cubierta hasta la cintura con una manta ligera. ‎‍‍‍‍‍‎

Llevaba una bata hospitalaria que dejaba ver la fragilidad de su cuerpo, marcado por heridas visibles y por otras más profundas que no se veían. Su frente estaba vendada, y aunque el dolor y el cansancio habían dejado huellas en su rostro, sus ojos ahora brillaban con algo nuevo. ‎‍‍‍‍‍‎

Gabriel no se había separado de ella ni un solo instante desde el rescate. ‎‍‍‍‍‍‎

Estaba sentado a su lado, su mano grande envolviendo la de Isabella como si al tocarla pudiera impedir que desapareciera otra vez. Sus dedos se aferraban a los de ella con firmeza y, de vez en cuando, acariciaban suavemente la piel de su muñeca para recordarle que estaba viva y a salvo. ‎‍‍‍‍‍‎

Cada vez que Isabella cerraba los ojos, Gabriel le acariciaba el rostro con la yema de los dedos, temiendo que al abrirlos desc
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