Dispárale ahora.
Isabella seguía inmovilizada entre los brazos de Julio, con la fría boca del arma presionando con violencia contra su sien.
Su respiración era un jadeo frenético y sus lágrimas caían sin control mientras su corazón golpeaba tan fuerte que sentía que en cualquier momento podría detenerse, como si su propia vida pendiera de un hilo invisible que se tensaba más con cada segundo.
Frente a ellos, los hombres del equipo de rescate que irrumpieron en la habitación como sombras mortales, formaban un semicírculo perfecto, con sus armas listas, sus miradas fijas en el secuestrador, preparado una estrategia en milisegundos.
No podían cometer errores.
Un solo movimiento en falso podía ser la diferencia entre la vida y la muerte.
El líder del grupo alzó la mano con firmeza, su voz resonó como un trueno que se impuso por encima del caos y del sonido acelerado de los corazones presentes.
—¡Armas abajo! —tronó con voz grave y autoritaria, cortando