Sé muy bien quién es su esposo.
Gabriel dejó que el silencio flotara un momento, como si necesitara espacio para contener el torbellino inesperado que le provocaba estar allí, justo a su lado.
Sentía una punzada en el centro del pecho, algo que no supo clasificar como admiración, atracción o simple asombro, y necesitó un par de segundos para domar ese impulso tomando de su champagne, antes de volver a mirarla.
Cuando finalmente lo hizo, sus ojos descendieron hacia su vestido con una atención renovada, no por capricho, sino porque en ese satén perfectamente escogido, en esa postura erguida y en el modo sereno de portar su elegancia, había algo que lo desarmaba.
Había algo en Isabella que escapaba a cualquier lectura rápida, una complejidad que desbordaba el tejido de su vestido y se insinuaba en cada gesto controlado.
Mientras sus ojos recorrían con discreción aquella silueta que irradiaba equilibrio y fuerza, Gabriel no podía evitar preguntarse cuántas verdades escondía bajo esa calma impecable, cuántas tormentas ha