Una mujer muy brillante.
La tensión en ese lugar se podía cortar con el filo de una copa.
Las miradas convergían, algunas por curiosidad, otras por incomodidad. Gabriel León se mantenía erguido, con la copa sostenida entre los dedos con una calma calculada y la seguridad de quien no teme jugar en territorio hostil, ni mucho menos enfrentarse a ojos que juzgan.
No solía provocar, pero tampoco era de los que se tragaban verdades cuando éstas podían cortarse como vidrio, y mucho menos si Sebastián Moretti estaba involucrado.
Con él de por medio, cualquier silencio se volvía complicidad, y Gabriel no era un hombre que se escondiera detrás de cortesías vacías cuando la situación exigía claridad.
—Claro que la conozco —dijo finalmente, girando apenas el rostro hacia Sebastián, con una expresión de calculada serenidad—. Isabella Deveraux es mi nueva socia, una mujer muy brillante, por cierto. —Lo dijo sin alzar la voz, pero cada palabra cayó con el peso exacto.
No había sarcasmo, solo una afirmación tan directa como