Isabella se giró despacio, como si temiera que aquel instante pudiera desvanecerse si se apresuraba. Su respiración era pausada, casi contenida, como si cada segundo que tardaba en enfrentarlo le concediera una dosis extra de control.

Gabriel León estaba a un paso, demasiado cerca, envuelto en un traje plomo que parecía tallado sobre su cuerpo como una segunda piel. La camisa blanca, impecable, enmarcaba la línea limpia de su cuello, y su fragancia amaderada con un matiz de bergamota y vetiver la envolvió de inmediato, despertando sensaciones que no sabía que aún podía sentir.

Isabella se topó con sus ojos azules, fríos y brillantes como hielo bajo luz de luna, y por un instante, su mente enmudeció, atrapada en la intensidad de esa mirada que parecía desnudar certezas con sólo posarse sobre ella.

Era una mezcla embriagadora de presencia y poder, imposible de ignorar.

Gabriel León era el tipo de hombre que no pedía permiso para ser notado. Y, aunque se lo negara, una parte de ella esta