No es el vino.
Isabella se quedó inmóvil un segundo, observando sus ojos azules que la miraban con un brillo renovado, uno que parecía encender cada fibra de su piel y borrar de golpe todas las dudas que había arrastrado durante la noche.
Ya no había rastros del vino en su sistema, la lucidez le ardía en las venas como fuego líquido y sentía que no había más escapatoria que entregarse a lo que siempre había callado.
Se alzó de puntillas y lo atrajo de la corbata con una fuerza que no venía de los músculos, sino de las entrañas, de ese lugar donde se esconden las verdades que nunca se dicen.
Su boca encontró la de él con una necesidad que no admitía traducción, una urgencia que parecía haber estado creciendo en silencio durante demasiado tiempo.
Y esta vez no hubo espacio para lo contenido.
Fue un beso voraz, desbocado, como si en él se condensaran todas las veces que se habían evitado, todas las palabras que no se dijeron, todo el amor disfrazado de indiferencia y orgullo.
No fue suave ni tímido,