Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde.
—No ahora, Sebastián —respondió ella en voz baja, sin siquiera mirarlo, como si el simple sonido de su nombre ya le resultara una molestia innecesaria.
Allí, ante la mirada escrutadora y hambrienta de escándalos de la alta sociedad, Sebastián e Isabella comenzaban un combate elegante y letal donde cada cruce de miradas era un disparo de hielo afilado.
—Sí ahora. Sobre tu comportamiento. Has convertido esto en un espectáculo —espetó Sebastián, con el ceño fruncido y los dientes apretados, mientras un temblor sutil le recorría los músculos del rostro, incapaz de contener la tensión que le hervía por dentro, esa mezcla de humillación, rabia y la impotencia de saber que ella lo enfrentaba sin pestañear, como si ya no le temiera en absoluto.
—He convertido esto en un momento rentable para la fundación. Todo el mundo habla de la generosidad de Sebastián Moretti, deberías agradecérmelo —replicó Isabella con sarcasmo, destilando una frialdad envuelta en terciopelo que parecía acariciar y cort