Esto promete.
El ascensor se abrió en el piso veinte con un leve resoplido hidráulico, como un suspiro contenido por el propio edificio.
Aún no eran las diez de la mañana, pero Isabella Moretti Deveraux caminó como si llegara tarde a su propia coronación. Su paso era firme, silencioso y seguro, con la espalda erguida y el mentón en alto, transmitiendo una autoridad que no requería anuncio.
Esa forma de avanzar, sin titubeos ni vacilaciones, provocaba una inquietud sutil entre los hombres que creían dominar aquellos pasillos con trajes caros y apellidos pesados.
A su lado, Cloe sujetaba la tablet contra el pecho, con los labios cerrados y la atención completamente centrada, consciente de que ese día no estaba allí para brillar, sino para reforzar la luz de otra.
Delante de las puertas dobles que llevaban a la imponente sala de consejo, aguardaba Gabriel León. Su traje azul carbón, que fue elegido con una precisión que rozaba lo meticuloso, contrastaba con su habitual negro, y el nudo de su c