No soporto haber perdido.
La ciudad parecía dormida bajo un cielo nublado.
Fue entonces cuando Alessia Bertone descendió de su auto negro con un paso firme. Llevaba puestos unos lentes oscuros, no por coquetería, sino por estrategia, adoraba esa sensación de anonimato que la envolvía cuando caminaba entre desconocidos con un plan cuidadosamente diseñado bajo el brazo.
Vestía un abrigo entallado color beige, abotonado hasta la cintura, que resaltaba su figura con una elegancia casi ofensiva. Sus labios, pintados de un rojo escarlata intenso, eran la única concesión visible al dramatismo.
Caminó con determinación, y en su mano derecha llevaba una carpeta delgada de color vino. En su interior descansaba lo que ella consideraba el arma perfecta, falsa, sí, pero poderosa.
Sabía que no necesitaba la verdad para ganar una guerra mediática, solo bastaba una buena historia.
Alessia sabía algo fundamental, la verdad siempre es más aburrida que una buena mentira. Y hoy, ella estaba a punto de soltar una mentira tan bien