Dos meses son suficientes para cambiarlo todo.
El vehículo se detuvo lentamente frente a la villa de Isabella, cuyas luces cálidas iluminaban discretamente la entrada como si aguardaran su regreso.
Gabriel fue el primero en descender del auto, sus movimientos rígidos delataban una tensión que prefería no reconocer ni siquiera ante sí mismo. No vaciló cuando rodeó el vehículo para abrir la puerta del lado de Isabella, lo hizo con la misma precisión controlada con la que tomaba cada decisión en su vida, aunque esta vez, en su interior, sabía que no era cortesía ni protocolo, era un impulso.
Uno al que no deseaba ponerle nombre.
Desde el asiento del conductor, Emilio observó la escena a través del retrovisor, la sorpresa marcaba su expresión aunque se esforzara en disimularlo.
Aquel hombre, su jefe, el mismo Gabriel León que siempre mantenía las distancias hasta con los inversionistas más influyentes, ahora sostenía la puerta de un auto como un escolta. Pero Emilio comprendía, aunque no supiera explicarlo, que aquello no era un gesto