Qué quieres de mí.
El ascensor se detuvo en el piso del pent-house con un susurro mecánico. Isabella cruzó las puertas de acero con paso firme, aunque en su mirada brillaba la sospecha.
La cita había sido convocada por correo urgente de su abogado corporativo, reunión privada con Sebastián Moretti para discutir la revisión de cláusulas sobre la empresa fusionada.
Urgente, confidencial y presencial.
Había aceptado, pero no por ingenuidad, sino porque a veces, para ganar, hay que caminar directo al tablero de tu oponente.
Entró al pent-house con una mezcla de curiosidad y control milimétrico. Lo que encontró al otro lado no fue una sala de reuniones lleno de documentos y abogados, sino un salón bañado en luces cálidas, música de fondo y un piano de cola que no tocaba desde hacía años.
Los candelabros brillaban como si acabaran de ser pulidos. La mesa principal, vestida con lino blanco y cubiertos de plata, rebosaba con rosas frescas, la flor que Sebastián solía confundir con sus favoritas y que en el pasa