Debo perdonarlo.
El corazón de Isabella se apretó con una violencia desgarradora al escuchar aquel temor latente en la voz de Gabriel, como si un filo helado se clavara en su interior.
Durante un instante eterno, todo el caos que había marcado su vida, cada herida y traición, pareció desvanecerse hasta que solo quedaron ellos dos, enfrentados en esa intimidad cruda y vulnerable que jamás se habían permitido.
Gabriel estaba allí, despojado de la seguridad que solía envolverlo como una armadura, con los ojos habitualmente dominantes y calculadores convertidos en un océano turbulento, a punto de desbordarse.
En ese brillo frágil y quebradizo, Isabella comprendió no solo cuánto la amaba, sino también cuánto le dolería perderla si sus miedos se volvían realidad.
Sintió que si no hablaba en ese preciso instante, si no lo aferraba a ella con la verdad y la certeza de su amor, esa inseguridad podría abrir un abismo imposible de cerrar.
No quería que malinterpr