Kenji tragó saliva y bajó la vista. El aire en la mansión estaba tan cargado que parecía cemento; cada respiración le costaba. La preocupación lo estaba matando y que sus amigos no le dirigieran la palabra lo llevaba a tratar de explicarse, a justificar lo injustificable. Sentía que el eco de su propia voz rebotaba contra paredes hostiles.
—Necesitaba aclarar mi cabeza, estaba muy enojado. No quería dañar a Julieta… —Su voz se quebró en la última palabra, y bajó la mirada al suelo, donde las sombras de las lámparas dibujaban formas irregulares.
Lianett avanzó un paso. Sus tacones resonaron como golpes de martillo en el mármol. Su voz se alzó como un látigo, con cada sílaba bien afilada.
—¿Estar con tu ex es aclararte la cabeza? ¡Eres un estúpidø, Kenji! ¡Un insensato! ¿Cómo un exagente, un mafioso con tu capacidad, puede ser tan… tan idiøta? —La frase quedó flotando como un disparo en el aire. Kenji alzó la mirada, sorprendido, con el ceño fruncido.
—¿Cómo…? ¿Ustedes saben de Mara