El amanecer no trajo paz, sino la amarga confirmación de que la pesadilla no había terminado. El bosque estaba impregnado de humo y pólvora, como si los árboles hubieran absorbido la violencia de la noche anterior. Julieta caminaba apenas sostenida por Kenji, con la ropa rasgada, la piel marcada por ramas y la respiración entrecortada.
Cada paso era un suplicio: el dolor en su vientre no cedía, y aunque no era todavía no era la hora del parto, era lo bastante intenso para advertir que su cuerpo estaba al límite y su bebé en peligro.
―No puedo más. ―Susurró, deteniéndose bajo un pino. —El bebé, Kenji. —Sollozó negando.
—¿Por qué el pantalón de la tía Julieta está rojo? —Lesath miró a sus padres.
—¿Hay pipi roja? —Yusaf frunció el ceño.
—La mía es amarilla. —Artem señaló sus propios pantalones. —Lo siento me asusté mucho.
—Tranquilo, cielo. —Lianett abrazó a sus diablitos y miró a su amiga con preocupación. —Hay que llevarla a un medico lo más pronto posible. —No era una sugerencia, e