Kenji colgó el móvil y miró al mar como si esperase hallar alguna respuesta en la línea donde la noche se tragaba la oscuridad. Las heridas de su brazo aún le dolía, la herida reciente ardía con cada movimiento, pero lo que realmente le quemaba era la imagen de Julieta arrancada por la lancha. Cada minuto sin ella era una daga clavada en su pecho, cada ola que rompía contra la costa sonaba como un recordatorio de su impotencia.
Caminó hasta la orilla, los pies hundiéndose en la arena fría. El viento le traía olor a sal y a miedo. Barak y Serena lo esperaban en la habitación estratégica improvisada; habían acordado moverse con cautela, coordinar recursos, revisar rutas, contactar informantes. Todo eso tenía sentido en la teoría, pero Kenji ya no podía esperar.
—No puedo quedarme. —Dijo de pronto, con la voz rota, como un animal herido. —Si me quedo aquí a planear, se la llevan más lejos. —Pensó en Barak y en la negativa que le daría, pero los deseos por encontrar a su mujer le ganó a c