ASHTON GARDNER
—No toques nada —le advertí por tercera vez mientras entrábamos a la joyería más exclusiva de la ciudad.
Ethan ya tenía los ojos brillando como si acabara de entrar a Disneylandia, solo que en lugar de peluches había vitrinas con diamantes que costaban lo mismo que un auto de lujo.
—Ash, mira eso, parecen lunas en miniatura —dijo con el rostro pegado al vidrio de una vitrina de anillos, dejando su aliento marcado en el cristal como un niño frente a una dulcería.
—Por favor —le susurré entre dientes—. Compórtate como un adulto. Estamos aquí por Liss, no por ti.
—¡Lo sé! Pero es que estoy… ¡loquísimo, Ash! Creo que me voy a morir.
—¿Te comiste algo que no debías? ¿Otra vez usaste el café de William como bebida energética?
—No, peor. Vi a Olivia otra vez.
Me giré lentamente hacia él, frunciendo el ceño.
—¿La del callejón?
—¡La del callejón! La del "princeso", la de la sonrisa ladina, la que me dice “no” y me deja con ganas de más. ¡Esa Olivia! Dios, Ash, no sé qué me pasa,