Al día siguiente, la cazadora pensaba en lo que Ryu le había dicho: vampiros, cazadores, y gobiernos del mundo parecían tener una guerra política hasta ahora desconocida para ella. Era más complicado de lo que siempre pensó. Había mucho más que matar vampiros, parecía que el odioso ser tenía razón y era muy ingenua. Sin embargo, en ese momento solo existía para ella una constante: tenía que escapar.
A esa hora sus anfitriones sobrenaturales dormían, así que tenía tiempo para buscar la manera de salir de allí. Tendría que intentar con la servidumbre y rezar para que su lealtad no fuera inquebrantable. Se acercó a la cocina donde la sirvienta que había visto antes y una señora de edad madura se ocupaban de los alimentos. Les habló con algo de fingida timidez:
—Hola, Buenos días.
Las mujeres se volvieron, sorprendidas de verla allí. Presurosa, la joven sirvienta acudió a ver que se le ofrecía.
—Eh, pues quisiera algo de jugo —dijo para mantenerse con ellas.
La muchacha le ofreció jugo de naranja y se quedó expectante frente a ella. Amaya se sentó demostrándoles que no tenía la intención de irse rápido.
—¿Y cómo es vivir aquí… con ellos?
La joven la miró extrañada.
—Pues… el señor es amable con nosotros… nos cuida mucho y a nuestras familias —dijo de manera queda, pero segura—. Aunque a veces… es bastante severo.
—Sí —intervino la cocinera—, el príncipe es mucho mejor jefe que muchos humanos.
Amaya las observó. Al parecer esas mujeres le eran más fieles a Ryu de lo que imaginó.
—No, él es un chupasangre que se alimenta de inocentes y se divierte manteniéndome encerrada aquí, al igual que a ustedes.
—Se equivoca, señorita. —dijo la joven—, nosotras estamos aquí porque queremos. El príncipe salvó a mi madre de morir de cáncer. Cuando se es pobre, la salud no es un privilegio del que se goce y el señor pagó todo el tratamiento de mi madre. Mis hermanos estudian en la universidad gracias a él. Cuando se gradúen trabajarán en las empresas del señor.
Amaya la escuchó perpleja. ¿Había bondad en esa bestia infernal? No, solo era un engaño para mantener la fidelidad de esos pobres sirvientes. Decidió continuar con su tarea de convencer a las mujeres de ayudarla a escapar. Fingiría ser una víctima indefensa, apelaría a su piedad y clemencia. Se forzó a llorar. Las lágrimas corrieron por sus mejillas.
—¡A pesar de lo que dices, tengo miedo! ¡Sé que tarde o temprano, él va a matarme! —dijo entre fingidos sollozos— ¡Ayúdenme, no quiero morir! Sé que ese será mi destino, si permanezco aquí, él me matará.
La joven se apartó de ella, como si tuviera una enfermedad contagiosa.
—Señorita, por favor, no pida eso. Usted es una guerrera, lo sé. Sabe defenderse, nosotras, en cambio, no somos nadie. No podemos ayudarla, ¿Cómo podríamos hacerlo? —Ambas mujeres salieron de la cocina, dejándola allí, totalmente frustrada.
Amaya suspiró ante su plan fallido. Salió de la cocina desanimada. Empezaba a creer que no saldría de allí nunca y que no tenía sentido el haberse convencido de seguir luchando.
Su estado de ánimo iba de la desesperanza y la ansiedad a la determinación y la valentía. Pero por más que trataba de no dejarse dominar por el desasosiego, era difícil no sentirse derrotada y temerosa.
¿Qué pensarían de ella sus compañeros? De seguro la creerían muerta, no podía esperar que la rescataran. La Orden no arriesgaría tanto por un solo cazador. Si ella estuviera en lugar de los jefes tampoco lo haría, pero seguramente Karan pensaría diferente, trataría de rescatarla. Claro, eso en el caso de que creyera que estaba viva. Sin embargo, los vampiros no tomaban prisioneros, así que él estaría dándola por muerta. En conclusión, estaba sola.
Amaya, una vez más, se determinó a no dejarse ganar por el desánimo. Después de darse un baño y descansar parte de la tarde, decidió vagar por la casa. Llegó a una sala enorme con estantes de madera llenos de libros que abarcaban todas las paredes. En el centro había una mesa, también de madera pulida y varios sillones de piel con cojines de terciopelo. El olor del cuero, la madera y los libros era persistente
Se detuvo frente a uno de los estantes y recorrió con la punta de sus dedos el lomo de algunos libros. Había de todos los temas e incluso en varios idiomas, pero predominaban los de historia. Era curioso que un vampiro que puede vivir siglos y ser testigo de la historia de la humanidad, atesorara esa clase de libros. Pensaba en eso cuando sintió la presencia poderosa y oscura llenar el salón. Su corazón inevitablemente se aceleró.
—Mi querida huésped, veo que al menos has decidido pasar a la biblioteca. ¿Cómo te encuentras esta noche? —El príncipe la saludó con sonrisa encantadora y voz suave, haciendo gala de unos modales elegantes y refinados.
—¡Igual que todas las noches, confundida por estar aquí! —farfulló la muchacha arrastrando las palabras con rabia— ¿Qué es lo que deseas de mí? ¿Por qué no me matas de una vez?
Ryu sonrió divertido.
—Ya te dije que no deseo matarte y te expliqué que quiero descubrir que pretende tu organización. —El príncipe suspiró y llevó una mano a su mejilla para contemplarla— ¿Qué podré hacer para remediar tu enojo, mi bella flor salvaje?
—Podrías dejar de llamarme de esa forma, por ejemplo —dijo ella aún más disgustada.
Ryu enarcó las cejas oscuras. Sin perder la sonrisa, preguntó:
—¿Cómo? ¿Bella flor salvaje?
—Tengo nombre, ¿sabes? —rumió la muchacha.
—”Principio del fin” es lo que significa tu nombre. ¿Serás el final de todo Amaya? Bella flor es mejor.
Ryu sonrió todavía más y se acercó a ella para llevar un mechón de cabello rubio detrás de su oreja. Amaya tragó con dificultad.
—¡No me gustan las flores! Me dan alergia —dijo ella alejándose de él.
Ryu volvió a enarcar sus cejas y rio divertido.
—No te gustan las flores, no te gusta que te hagan cumplidos, te enojas con facilidad. —El vampiro suspiró y se acarició el mentón en un gesto pensativo—. ¿Qué podré hacer para alegrarte?
Su rostro mostró una expresión pícara, los ojos violeta la miraron sin pestañear y sin poderlo evitar, a Amaya le temblaron levemente las rodillas cuando él volvió a acercársele.
—Se me ocurre varias cosas, pero no estoy seguro de que estés dispuesta. —Los dedos fríos acariciaron la mejilla de la cazadora.
Por fortuna, Ryu se alejó dos pasos y dejó de mirarla de esa forma que la inquietaba. El vampiro volvió a hablar con voz suave:
—Puedes ir donde quieras en la casa, también a las áreas exteriores si así lo deseas. Pensaré en algo para que tus noches sean un poco más divertidas.
Al terminar de hablar el príncipe, Amaya sintió como el ambiente de la habitación cambió drásticamente, tornándose opresivo. Se llevó la mano al pecho, comenzaba a costarle respirar. Un frío glacial recorrió su cuerpo e hizo que sus vellos se erizaran. Quería salir de allí cuanto antes, una sensación de peligro inminente la invadió por completo.
Indiferente a lo que a ella le pasaba, Ryu sonrió complacido antes de volverse hacia la puerta.
—¡Parece que han llegado!