Kaia
Estaba perdida.
Mis ojos se turnaban de mamá a Ronaldo, tratando de entender lo que sucedía.
El olor del helado se mezcló con la brisa, como un recordatorio de que mamá había perdido la compostura. Eso me provocó un nudo en el estómago que me apretaba cada vez más y me paralizaba.
No sabía qué hacer ni qué decir. Había algo en la reacción de mamá que encendió mis alertas, pero también mis miedos más ocultos, esos que siempre ignoraba para poder socializar.
—Mamá, ¿qué te pasa? —indagó Bastira, preocupada.
—Este hombre es un monstruo. Él... no puede estar vivo... —susurró lo último con la voz quebrada.
—Mamá, él es Ronaldo, no ese Roan que mencionas. Estás confundida —hablé al fin.
—No, él es Roan... —Mamá lo observó con detenimiento, en silencio, estudiando cada detalle de Ronaldo.
Poco a poco se fue calmando y su respiración se reguló. Se limpió las lágrimas y, todavía afectada, lo miró a los ojos.
—Marrones... —balbuceó.
¿Ah? ¿Qué le pasaba a mamá?
Lo peor de todo era que Rona