Lidia
Mis ojos recorrían el laboratorio de mi hijo con orgullo. Él era lo más maravilloso que me había pasado, a pesar de que su padre fue un perro asqueroso.
Solté un suspiro y me crucé de brazos mientras contemplaba el lugar donde mi Ronaldo intentaba crear una sustancia capaz de neutralizar el antídoto que protegía a la zorra de Zebela y a su familia.
—Malditos... —susurré con el sabor amargo del odio en el paladar—. No merecen ser felices, no después de la vida cruda que me tocó vivir por su culpa. Ah, maldita Zebela. Solo tenías que colaborarme, solo eso, pero preferiste atacarme y escapar. Luego tu maldita pareja destruyó Zafiro.
Acaricié uno de los aparatos que Ronaldo usaba para crear sus químicos. Él era un genio y su habilidad nos había dado una buena vida. A veces me preguntaba si valía la pena seguir con esta venganza, si en su lugar debíamos disfrutar de nuestros logros lejos de todos nuestros enemigos.
Solté otro suspiro.
Ronaldo no quería parar; para él, vengar a Roan e