Una semana después, Paulina y Luciana estaban sentadas en el sillón de la sala, compartiendo una taza de té caliente y risas cómplices.

Era una tarde luminosa, de esas que parecían diseñadas para recordar que la vida, a pesar de todo, aún podía ser hermosa.

—Paulina, ¡¿de verdad seré la madrina de tu bebé?! —exclamó Luciana, dejando la taza sobre la mesa con una sonrisa que se le escapó del alma.

Paulina la miró con ternura y le tomó las manos.

—Tú y Octavio —dijo con una voz suave, pero firme—. No podría elegir a nadie más.

Luciana estaba tan emocionada que no pudo evitar llorar un poco. Su amistad había sobrevivido tormentas, distancias, traiciones, pérdidas… y ahora estaba allí, intacta, vibrante.

—Te juro que voy a cuidar de ese niño como si fuera mío —murmuró Luciana, abrazándola con fuerza.

Paulina le devolvió el abrazo… pero en su pecho, la ternura comenzó a transformarse en una tensión distinta. Era momento de decirle la verdad.

—Lu… hay algo que necesito contarte.

Luciana la m