El Penthouse estaba iluminado por la suave luz ámbar de las lámparas de diseño.

La cena estaba servida en la terraza, con vista panorámica a la ciudad. Pablo había preparado cada detalle con esmero: desde el jugo favorito de Paulina, hasta el postre de fresas con crema que tanto le gustaba.

Paulina, sentada frente a él, lucía un vestido rojo que realzaba su figura. Tenía una mano sobre el vientre, apenas comenzando a notarse, mientras el otro sostenía la copa.

—Mi amor —dijo Pablo con voz suave, mirándola a los ojos—. ¿Estás completamente segura de que quieres hacer esto? No hay vuelta atrás una vez que empecemos.

Paulina asintió con firmeza, sin apartar la mirada de él.

—Quiero que paguen. Todos. Vera, Tamia… y especialmente Vera. Me quitaron tanto. Me arrebataron mi dignidad, me hicieron sentir menos. Ahora es mi turno.

Pablo dejó el tenedor a un lado y se levantó para acercarse a ella. Se arrodilló frente a su silla y apoyó ambas manos sobre su regazo.

—Todavía no le he dicho a mis