April Collins lo amó con todo su corazón. Logan Montgomery la traicionó de la peor manera. Obligada a vivir en las sombras, fue su esposa secreta… hasta que él la desechó como si nunca hubiera significado nada. Firmó el divorcio sin decirle que estaba embarazada. Cinco años después, ya no es la mujer vulnerable que él dejó atrás. Ahora es la ejecutiva más poderosa de Callahan Corporation, la empresa que ha puesto en jaque el imperio Montgomery. Cuando Logan la ve de nuevo, lo primero que siente es furia. Cuando descubre que nunca lo dejó de amar, lo que siente es desesperación. Pero cuando se entera de la verdad… su mundo se desmorona. April tiene tres hijos. Sus hijos. Tres pequeños que crecieron sin él. Tres razones por las que April no piensa dejar que vuelva a entrar en su vida. Pero Logan nunca dejó de amarla. No fue su decisión perderla… Y ahora que la ha encontrado, no la dejará ir otra vez. Un romance lleno de secretos, traición y segundas oportunidades. Porque algunas verdades nunca deberían ocultarse… y algunos amores jamás mueren. Registrada el 10/03/2025 Bajo el código: 25031XXXXX832 Esta es una obra de ficción. Los personajes, eventos y situaciones descritos son producto de la imaginación del autor. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o fallecidas, o con hechos reales, es pura coincidencia. Todos los derechos están reservados. Esta historia no puede ser copiada, distribuida, adaptada ni publicada total o parcialmente sin el consentimiento expreso del autor. Gracias por respetar el trabajo y esfuerzo detrás de esta historia.
Leer másLa puerta de la habitación se abrió despacio.April entró primero, sosteniendo con una mano a Dylan y con la otra a Sienna, mientras Ethan caminaba delante de todos, con la impaciencia vibrándole en los pies.Logan, recostado en la cama, giró el rostro hacia ellos. Su cuerpo aún estaba cubierto de moretones visibles, y una venda le cruzaba la frente, pero en cuanto vio a sus hijos, la luz regresó a sus ojos.—Papá —chilló Ethan, soltándose de su madre y corriendo hacia la cama.—¡Ethan! —lo reprendió April en un susurro nervioso—. ¡Con cuidado!Pero ya era tarde. Ethan trepó con agilidad infantil sobre el borde de la cama, sentándose junto a la pierna de su padre, con una sonrisa tan grande que parecía iluminar la habitación entera.Logan soltó una risa baja, arrastrada por el dolor, pero genuina. Le acarició la cabeza, despeinándolo con ternura.—Estoy bien, campeón. Solo un poco adolorido —murmuró.Sienna se acercó más despacio, aferrando su peluche rosa contra el pecho. Sus ojos, t
Marie respiró hondo antes de poder hablar. Se abrazó a sí misma, como si intentara protegerse de lo que estaba a punto de confesar.—No fue planeado —empezó con la voz temblorosa—. Todo ocurrió esa noche en la oficina… Nathan se puso a beber por mi culpa, yo… le dije que te fuiste con Logan y él se embriagó en la oficina —declaró con la voz trémula. April la miró con el ceño fruncido, sintiendo una punzada incómoda en el pecho.—¿Bebiendo? —repitió, en un susurro, como si la palabra le pesara en la lengua.Marie asintió, bajando la mirada.—Cuando lo encontré... apenas podía mantenerse en pie. No sabía qué hacer. No podía dejarlo allí. Así que… lo llevé a su departamento.April cruzó los brazos, pero no habló. Sus ojos brillaban, expectantes. —Él… —Marie tragó saliva—. Me confundió contigo. Me llamó por tu nombre. Me abrazó. Me buscó como si fueras tú.April cerró los ojos un instante. La garganta se le cerró, pero no dijo nada todavía.—Yo… —Marie dejó escapar un sollozo contenido—
El ceño de Nathan se frunció. Sus labios se curvaron en una mueca amarga. Sintió que algo en su pecho se contraía con violencia, pero lo ignoró, igual que ignoró la punzada que le atravesó la garganta.Apretó la carta en su mano. Cerró los ojos un instante, buscando frío donde solo encontró fuego.Y entonces, los recuerdos irrumpieron sin piedad.Marie sobre él, temblando, con las mejillas encendidas y el cabello cayéndole en desorden sobre el rostro. El roce de su piel desnuda, la forma en que su cuerpo se estremecía buscándolo, rindiéndose en sus brazos. El aroma dulce a vainilla que parecía impregnarlo todo, adueñándose de su cordura, de su respiración, de su sangre misma.Nathan abrió los ojos de golpe, como si pudiera sacudirse el recuerdo. Pero el daño ya estaba hecho.Su mandíbula se tensó hasta dolerle. Dejó caer la carta sobre el escritorio con un golpe seco.Sacó su móvil del bolsillo interno del saco, marcó un número conocido y llevó el aparato al oído, con la furia ardiénd
Los ojos de April se encontraron con los de Nathan, y en ese instante, sintió cómo el cuerpo entero se le tensaba. Se soltó de inmediato de la mano de Logan, como si la hubieran descubierto en un acto prohibido, pero Logan no la dejó escapar enseguida; sus dedos la rozaron un segundo más, como un recordatorio silencioso, como una promesa muda que ninguno de los dos se atrevía a pronunciar.Nathan permaneció junto a la puerta, con los hombros rígidos y las manos apretadas en puños. Su mirada era un filo suspendido en el aire, un golpe seco contenido tras unos ojos que apenas lograban disimular el resentimiento. El pitido de las máquinas médicas marcaba un ritmo inalterable, acompasando la tensión invisible que llenaba la habitación.—¿Cómo estás? —preguntó finalmente Nathan, sin mirar a April, clavando los ojos únicamente en Logan.April tragó saliva. Se puso de pie con torpeza, como si el peso de la culpa le quemara la piel desde adentro.—Logan… espero que te mejores. Cuídate. Voy a
El silencio en el pasillo era irreal. Cada segundo caía con un peso distinto, como si el tiempo se hubiera vuelto un enemigo invisible. April tenía los brazos cruzados sobre el pecho, la mirada clavada frente a la puerta, mientras Axel caminaba en círculos y Nathan apoyaba la espalda contra la pared, con las manos en los bolsillos, sin saber si debía acercarse o marcharse.Entonces, la puerta se abrió.Un médico joven, de bata blanca y expresión agotada, salió con una carpeta en la mano. Todos se volvieron hacia él al mismo tiempo.—¿Familiares de Logan Montgomery?—Yo —dijo Axel al instante, dando un paso adelante. April también se acercó, con el corazón en la garganta. Nathan se mantuvo inmóvil, observando todo desde la sombra.—¿Cómo está? —preguntó ella, casi sin aliento.El médico los miró a ambos. Luego consultó la hoja.—El señor Montgomery sufrió una contusión craneal leve y múltiples hematomas en la parte superior del cuerpo. También tiene costillas magulladas por el impacto
Nathan estaba de pie junto al ventanal, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. El cielo estaba despejado, pero su ánimo era un cúmulo de tormentas. Desde que April salió esa mañana, no podía quitarse de la cabeza esa sensación… como si algo hubiera pasado entre ella y Logan.Y como si eso no fuera suficiente, también pensaba en la noche anterior. En los vacíos. En los susurros. En la piel que no pudo identificar, pero que su cuerpo recordaba. En el perfume a vainilla… y en el rostro que apareció en la pantalla del video de seguridad.—¡Marie! —llamó de pronto, con voz cortante.Ella al escuchar su nombre sintió que el corazón se le subió a la garganta. —Me está llamando… ¿se acordará? ¿me reconocería? —se preguntó así misma en voz baja—, no, no, no, seguro necesita los documentos. Una vez más escuchó su nombre, se puso de pie, inhaló profundo, enseguida apareció en el marco de la puerta con una carpeta en la mano, el cabello recogido, los labios firmes… pero los dedos apretaban
April retrocedió apenas. Quiso hablar, pero él levantó la mano con rabia contenida.—¡He estado desde el primer día, April! ¡Desde que nacieron, desde las noches sin dormir, desde los biberones y las pesadillas! ¡He estado ahí, más que él, más que nadie!—Lo sé…—¡No! ¡No lo sabes! —gritó, con la voz quebrada por la frustración—. ¡No voy a dejar que ese imbécil aparezca cinco años tarde y se lleve todo por lo que yo he luchado!Marie, desde su escritorio, escuchó cada palabra. Se le heló la sangre. Apretó los puños sobre la mesa.—Nathan… —susurró April—. No se trata de quitarte nada. No es una competencia.—¿Ah no? —preguntó él, dando otro paso hacia ella—. Entonces dime por qué siento que ya te está ablandando.El silencio fue brutal. Del otro lado de la puerta, Marie cerró los ojos, escuchó los gritos, los reclamos, todo. April cerró la puerta con cuidado. Dio un paso hacia Nathan, con las manos abiertas, buscando su mirada.—Tienes que entenderlo… Los niños quieren estar con su p
Marie entró por la puerta lateral, con la cabeza gacha y las gafas oscuras que nunca usaba en interiores. Caminaba rápido, casi sin respirar, como si los pasillos pudieran tragarla si se movía lo suficientemente silenciosa.—No quiero verlo… no quiero verla… —se repitió mentalmente, una y otra vez.El ascensor tardó más de lo normal. Su reflejo en las puertas metálicas le devolvía una imagen pálida, con el maquillaje mal puesto y los ojos hinchados. Se arregló el cabello con dedos temblorosos, como si eso pudiera ocultar lo que cargaba por dentro.Cuando las puertas se abrieron, se apresuró a entrar. Saludó con un gesto vago a la recepcionista. Ni siquiera la miró. Fue directo a su escritorio, agradecida de que aún no hubieran llegado muchos. Se sentó, encendió el monitor, abrió la agenda… pero las letras bailaban frente a sus ojos.—Actúa normal… solo trabaja… —susurró, con los dedos apretados en el borde del escritorio.Sabía que Nathan aún no llega, podía sentir que no estaba ahí,
La luz del amanecer se colaba en el departamento con una lentitud cruel. Rayos pálidos atravesaban las cortinas, proyectando sombras suaves sobre las paredes. Nathan parpadeó, con la garganta seca y la cabeza latiéndole como si la noche anterior hubiera sido un castigo. Todo dolía: el cuerpo, la boca, el alma.Se incorporó con torpeza, sintiendo los músculos tensos, el cuello agarrotado, la boca amarga. El aire olía distinto. A encierro, a licor… y a algo más. Un perfume tibio, dulce, como vainilla mezclada con piel. Cerró los ojos por un instante y aspiró. La sensación le recorrió el pecho como un eco de algo que no debía estar allí.—¿Qué…? —murmuró, llevándose una mano a la sien.Miró alrededor. El sofá estaba desordenado, con los cojines a un lado, una camisa arrugada colgando del respaldo, el cinturón en el suelo. Parpadeó. No recordaba haber llegado hasta ahí. No recordaba haberse desnudado. No recordaba… nada con claridad.—Dios… —susurró, al darse cuenta de que su ropa interio