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Sergio Torrealba miraba hacia el horizonte desde el asiento trasero de su lujoso automóvil.La brisa del atardecer no lograba calmar el fuego que crepitaba en su interior.Aquel hombre, que había construido una vida sobre el poder y el control, sentía ahora que todo se le escapaba de las manos.Esperaba ansioso ver llegar a sus guardias con las dos piezas clave de su juego: Miranda e Imanol.Pero cuando los vio regresar solos, sin aliento y con la mirada baja, un presentimiento oscuro le mordió el pecho.—¿Dónde están? —rugió, levantándose de golpe.Uno de los hombres tragó saliva, incapaz de sostenerle la mirada.—Señor… lo sentimos… pero, ¡ellos escaparon!Sergio lanzó un puñetazo al aire que casi derriba un jarrón de cristal junto a él.—¡Maldita sea! —gritó, tan fuerte que los ventanales vibraron—. ¡Debemos irnos, ahora!La rabia que sintió fue tan intensa que por un momento pensó que su corazón iba a estallar.Pero no era solo furia. Era miedo. Miedo a perder el control. Miedo a s
El sol comenzaba a desvanecerse sobre las aguas tranquilas del mar Adriático, tiñendo el cielo de naranjas y lilas, como si el mundo entero se preparara para dormir.Pero no para él. No para Sergio Torrealba.Miró por la ventana del auto, una pequeña colina cubierta de hierba reseca, podía imaginar la bahía donde el crucero había anclado. Sabía que ese barco zarparía al amanecer.Tenía solo esta noche. Solo unas pocas horas para alcanzarla… o perderla para siempre.Clavó la mirada en el horizonte y apretó los dientes con fuerza.Dentro de él, un huracán lo consumía. Su corazón, endurecido por el rencor y la pérdida, latía con violencia.—Ariana… —murmuró, con la voz quebrada—. Estás con él. Te entregaste a otro hombre. ¿Cómo pudiste?Una sonrisa amarga se dibujó en su rostro mientras una lágrima resbalaba por su mejilla, cálida, silenciosa, traicionera.Se la limpió con furia. La pena se transformaba en ira. Su pecho ardía.No podía permitir que otro la tocara. No a ella. No a su espos
Imanol tomó la mano de Marfil y, con un gesto instintivo, la colocó detrás de él, como si fuera un escudo humano dispuesto a protegerla de cualquier amenaza.Su cuerpo se tensó por completo, como una muralla de carne y hueso erguida frente al enemigo.No iba a permitir que Sergio se acercara, mucho menos que le hiciera daño a la mujer que amaba.Los ojos de Sergio brillaron con algo más que rabia: había un extraño resplandor en ellos, una mezcla de dolor contenido, resentimiento y obsesión. Pero no atacó. Aún no. Necesitaba respuestas.«Quiero saber si tú sabes quién soy, Imanol... Quiero ver si tienes el valor de admitirlo.»Marfil temblaba. Su cuerpo, aunque cubierto por la cálida brisa marina, sentía un frío punzante.La sola presencia de Sergio le revolvía el estómago. Su voz, su sombra, ese tono burlón disfrazado de calma... Todo en él era una amenaza latente.—¡¿Qué haces aquí, Sergio?! —gritó Imanol, con un nudo en la garganta—. ¿Cómo nos encontraste?Imanol giró su cabeza rápi
Hospital comunitarioMedianocheLos pasillos del hospital olían a desinfectante y ansiedad.Cada segundo se sentía como una eternidad para Miranda, que iba y venía como una sombra sin rumbo, con los dedos entrelazados en un nudo de nervios y los ojos rojos de tanto llorar.Su madre estaba junto a ella, sentada, intentando darle apoyo, aunque también se le notaba al borde del colapso.—Tiene que salir bien… tiene que salir bien… —murmuraba Miranda una y otra vez, como si ese mantra pudiera cambiar el curso de lo que pasaba tras las puertas frías del quirófano.Finalmente, el doctor apareció.Su rostro cansado decía mucho incluso antes de hablar.—Hemos logrado detener la hemorragia interna —informó con un tono profesional, pero compasivo—. Ahora hay que esperar. Si su cuerpo no presenta más complicaciones esta noche, será un buen indicio de recuperación.—¿Puedo verlo…? Por favor.Él asintió, y una enfermera de rostro amable se acercó para guiarla.Miranda asintió con la cabeza, aunque
—¡Maldito imbécil! ¿Dónde está Marfil? —rugió Imanol, desesperado, con la voz desgarrada por la angustia—. ¡No la lastimes más! ¿No te cansas de hacer daño?Sergio lo observó con una sonrisa que helaba la sangre.Su rostro, bañado en sombra y perversidad, parecía disfrutar cada gota del sufrimiento ajeno.Su silueta, recortada por la tenue luz de la habitación, se erguía como la de un dios cruel y retorcido que se regocijaba en el dolor ajeno.—Tranquilízate, ella está muy bien —respondió con una falsa calma, saboreando cada palabra.—¿Dónde está? ¡Quiero verla!—Ahora mismo debe estar durmiendo —respondió sin titubeos, como si hablara del clima—. Está muy cansada... ya sabes, quedó agotada de tanto tener sexo.La frase cayó como un relámpago en la habitación. Imanol quedó petrificado por un segundo, como si le hubieran vaciado el alma de golpe.Luego, sus ojos se abrieron desmesurados, llenos de furia y desesperación.La silla crujió bajo su peso cuando intentó levantarse, con los pu
Sergio deambulaba por la casa como una sombra maldita.Aquella mansión, una vez lujosa, ahora no era más que un cascarón podrido levantado en las afueras de Iliria. Sus paredes agrietadas y techos a medio caer eran testigos del abandono y la locura.Pero él no sentía miedo. No ahí. Nadie lo buscaría en un sitio que parecía maldito. Nadie se atrevía a entrar. Y eso lo hacía perfecto por eso compró esa residencia en ruinas, en ese país.Abrió una puerta. Dentro, una mujer se estremeció al verlo.—¿Qué le hiciste a Imanol? —gritó Lynn, con los ojos encendidos de ira y angustia—. ¡Escuché sus gritos, maldito cobarde!Sergio la observó por un momento, y luego sonrió. Una sonrisa torcida, sin alma.—¡Cállate! —rugió, y sus ojos se volvieron oscuros, peligrosos—. ¿Quieres que tu hijo muera, Lorna?El nombre resonó como un disparo. Lynn se paralizó. El terror le cruzó el rostro.—¿Cómo me has llamado…? ¿Lorna?—Ese niño no va a nacer —continuó él, su voz impregnada de odio—. Hoy voy a mostrar
Sergio bajó lentamente el arma, su respiración agitada, el rostro desencajado por una mezcla de odio y desesperación.—¡Ariana! —gritó—. ¡Ella nos separó! ¡Fue Lorna! Ella me sedujo… fue como un hechizo, ¡yo no quería engañarte! ¡Te amo a ti! Solo a ti. Si la mato, todo entre nosotros volverá a ser como antes… ¡Te demostraré que eres la única!Marfil lo miró con una mezcla de horror y repulsión. La sangre le helaba las venas.“Está loco… completamente loco”, pensó.Negó con la cabeza lentamente, sin apartar la vista de ese hombre que una vez creyó conocer.—Está embarazada… No puedes matarla —dijo con firmeza, aunque su voz temblaba.Sergio apretó los dientes, como si esa frase le encendiera una furia más profunda.—¡Yo solo quiero, hijos tuyos, amor! ¡Ese bebé es un error!—¡No puedes hacerle daño a un bebé, por Dios! —exclamó Marfil, sintiendo un nudo asfixiante en la garganta.Él la miró fijamente, y luego su expresión cambió. Una sonrisa enferma y tierna se dibujó en su rostro, co
Sergio se levantó tambaleante, quejándose por los golpes.Escupió sangre al suelo; le colgaba del labio roto como un hilo rojo y viscoso. Su respiración era pesada, los ojos inyectados de odio y obsesión.Se limpió con el dorso de la mano y, sin perder tiempo, echó a andar tras ellos.Marfil e Imanol corrían desesperados por los pasillos de aquella maldita mansión.El lugar era un laberinto de sombras y puertas cerradas, como si la misma casa se aliara con el monstruo que los perseguía.Hasta que, finalmente, divisaron la puerta principal.—¡Allí! —gritó Marfil.Imanol golpeaba con fuerza la cerradura, los cristales, dispuesto a romperlos si era necesario.Pero un golpe seco cortó el aire. Sergio golpeó la cabeza de Imanol.—¡Imanol! —gritó Marfil horrorizada, viendo cómo él caía al suelo como un saco de carne sin vida.—¡Despierta! ¡Imanol, por favor! ¡Tengo miedo, mi amor, tengo mucho miedo! —lloró, sacudiéndolo con desesperación.No respondió.Y entonces, unas manos la tomaron por