El sol comenzaba a desvanecerse sobre las aguas tranquilas del mar Adriático, tiñendo el cielo de naranjas y lilas, como si el mundo entero se preparara para dormir.
Pero no para él. No para Sergio Torrealba.
Miró por la ventana del auto, una pequeña colina cubierta de hierba reseca, podía imaginar la bahía donde el crucero había anclado. Sabía que ese barco zarparía al amanecer.
Tenía solo esta noche. Solo unas pocas horas para alcanzarla… o perderla para siempre.
Clavó la mirada en el horizonte y apretó los dientes con fuerza.
Dentro de él, un huracán lo consumía. Su corazón, endurecido por el rencor y la pérdida, latía con violencia.
—Ariana… —murmuró, con la voz quebrada—. Estás con él. Te entregaste a otro hombre. ¿Cómo pudiste?
Una sonrisa amarga se dibujó en su rostro mientras una lágrima resbalaba por su mejilla, cálida, silenciosa, traicionera.
Se la limpió con furia. La pena se transformaba en ira. Su pecho ardía.
No podía permitir que otro la tocara. No a ella. No a su espos