Imanol tomó la mano de Marfil y, con un gesto instintivo, la colocó detrás de él, como si fuera un escudo humano dispuesto a protegerla de cualquier amenaza.
Su cuerpo se tensó por completo, como una muralla de carne y hueso erguida frente al enemigo.
No iba a permitir que Sergio se acercara, mucho menos que le hiciera daño a la mujer que amaba.
Los ojos de Sergio brillaron con algo más que rabia: había un extraño resplandor en ellos, una mezcla de dolor contenido, resentimiento y obsesión.
Pero no atacó. Aún no. Necesitaba respuestas.
«Quiero saber si tú sabes quién soy, Imanol... Quiero ver si tienes el valor de admitirlo.»
Marfil temblaba. Su cuerpo, aunque cubierto por la cálida brisa marina, sentía un frío punzante.
La sola presencia de Sergio le revolvía el estómago. Su voz, su sombra, ese tono burlón disfrazado de calma... Todo en él era una amenaza latente.
—¡¿Qué haces aquí, Sergio?! —gritó Imanol, con un nudo en la garganta—. ¿Cómo nos encontraste?
Imanol giró su cabeza rápi