Hospital comunitario
Medianoche
Los pasillos del hospital olían a desinfectante y ansiedad.
Cada segundo se sentía como una eternidad para Miranda, que iba y venía como una sombra sin rumbo, con los dedos entrelazados en un nudo de nervios y los ojos rojos de tanto llorar.
Su madre estaba junto a ella, sentada, intentando darle apoyo, aunque también se le notaba al borde del colapso.
—Tiene que salir bien… tiene que salir bien… —murmuraba Miranda una y otra vez, como si ese mantra pudiera cambiar el curso de lo que pasaba tras las puertas frías del quirófano.
Finalmente, el doctor apareció.
Su rostro cansado decía mucho incluso antes de hablar.
—Hemos logrado detener la hemorragia interna —informó con un tono profesional, pero compasivo—. Ahora hay que esperar. Si su cuerpo no presenta más complicaciones esta noche, será un buen indicio de recuperación.
—¿Puedo verlo…? Por favor.
Él asintió, y una enfermera de rostro amable se acercó para guiarla.
Miranda asintió con la cabeza, aunque