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Sergio deambulaba por la casa como una sombra maldita.Aquella mansión, una vez lujosa, ahora no era más que un cascarón podrido levantado en las afueras de Iliria. Sus paredes agrietadas y techos a medio caer eran testigos del abandono y la locura.Pero él no sentía miedo. No ahí. Nadie lo buscaría en un sitio que parecía maldito. Nadie se atrevía a entrar. Y eso lo hacía perfecto por eso compró esa residencia en ruinas, en ese país.Abrió una puerta. Dentro, una mujer se estremeció al verlo.—¿Qué le hiciste a Imanol? —gritó Lynn, con los ojos encendidos de ira y angustia—. ¡Escuché sus gritos, maldito cobarde!Sergio la observó por un momento, y luego sonrió. Una sonrisa torcida, sin alma.—¡Cállate! —rugió, y sus ojos se volvieron oscuros, peligrosos—. ¿Quieres que tu hijo muera, Lorna?El nombre resonó como un disparo. Lynn se paralizó. El terror le cruzó el rostro.—¿Cómo me has llamado…? ¿Lorna?—Ese niño no va a nacer —continuó él, su voz impregnada de odio—. Hoy voy a mostrar
Sergio bajó lentamente el arma, su respiración agitada, el rostro desencajado por una mezcla de odio y desesperación.—¡Ariana! —gritó—. ¡Ella nos separó! ¡Fue Lorna! Ella me sedujo… fue como un hechizo, ¡yo no quería engañarte! ¡Te amo a ti! Solo a ti. Si la mato, todo entre nosotros volverá a ser como antes… ¡Te demostraré que eres la única!Marfil lo miró con una mezcla de horror y repulsión. La sangre le helaba las venas.“Está loco… completamente loco”, pensó.Negó con la cabeza lentamente, sin apartar la vista de ese hombre que una vez creyó conocer.—Está embarazada… No puedes matarla —dijo con firmeza, aunque su voz temblaba.Sergio apretó los dientes, como si esa frase le encendiera una furia más profunda.—¡Yo solo quiero, hijos tuyos, amor! ¡Ese bebé es un error!—¡No puedes hacerle daño a un bebé, por Dios! —exclamó Marfil, sintiendo un nudo asfixiante en la garganta.Él la miró fijamente, y luego su expresión cambió. Una sonrisa enferma y tierna se dibujó en su rostro, co
Sergio se levantó tambaleante, quejándose por los golpes.Escupió sangre al suelo; le colgaba del labio roto como un hilo rojo y viscoso. Su respiración era pesada, los ojos inyectados de odio y obsesión.Se limpió con el dorso de la mano y, sin perder tiempo, echó a andar tras ellos.Marfil e Imanol corrían desesperados por los pasillos de aquella maldita mansión.El lugar era un laberinto de sombras y puertas cerradas, como si la misma casa se aliara con el monstruo que los perseguía.Hasta que, finalmente, divisaron la puerta principal.—¡Allí! —gritó Marfil.Imanol golpeaba con fuerza la cerradura, los cristales, dispuesto a romperlos si era necesario.Pero un golpe seco cortó el aire. Sergio golpeó la cabeza de Imanol.—¡Imanol! —gritó Marfil horrorizada, viendo cómo él caía al suelo como un saco de carne sin vida.—¡Despierta! ¡Imanol, por favor! ¡Tengo miedo, mi amor, tengo mucho miedo! —lloró, sacudiéndolo con desesperación.No respondió.Y entonces, unas manos la tomaron por
Un disparo rompió el silencio como un relámpago en medio de la tormenta.El eco de la detonación pareció sacudir las paredes, congelar el tiempo.Sergio se quedó inmóvil un segundo, con la sorpresa pintada en los ojos.Luego se dobló hacia adelante con un gruñido sordo, como si el aire hubiera sido arrancado de sus pulmones.El ardor lo atravesó desde el abdomen hasta la espalda como fuego líquido, haciéndolo caer de rodillas.Sus manos buscaron instintivamente el origen del dolor, y al tocarse el costado, la sangre brotó caliente y espesa, empapándole los dedos. Su respiración se volvió entrecortada, temblorosa. Miró hacia arriba, confuso, con una mezcla de horror y súplica en el rostro.—¡Ariana…! —gimió, con voz rota, como si pronunciar ese nombre pudiera salvarlo de la muerte que ya le rozaba los talones.Frente a él, Marfil temblaba, con los ojos nublados por lágrimas ardientes.La pistola aún humeaba en su mano. Su pecho subía y bajaba con violencia.No era el miedo lo que la sa
«Mi esposo me engaña», Ariana Torrealba temblaba.Sus manos apenas podían sostener el teléfono móvil, mientras su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho como un tambor de guerra.Su respiración era errática, entrecortada, y una sensación de ardor le recorría la garganta.Sus ojos, abiertos de par en par, estaban fijos en la pantalla, en esas palabras que parecían puñales clavándose directo en su alma.«¿Sabes que tu esposo está en mi cama? Hoy no llegará a dormir, querida socia, puedes esperarlo, yo lo voy a atender muy bien.»Los dedos de Ariana resbalaron sobre la pantalla mientras se desplazaba por los mensajes, su visión nublada por las lágrimas que corrían sin control por sus mejillas.Y entonces vio las fotos.Su esposo, Sergio Torrealba, dormía en una cama que no era la suya.Su rostro relajado, su brazo enredado en el cuerpo de otra mujer, abrazándola con la misma ternura con la que tantas veces la abrazó a ella.Esa mujer... Ariana la reconoció de inmediato.Lorna.Gere
Ariana despertó con los ojos hinchados y la garganta seca. No había dormido bien, pero tampoco esperaba hacerlo. Su corazón estaba destrozado.Tomó su teléfono de la mesita de noche con manos temblorosas.Apenas lo desbloqueó, la pantalla se iluminó con una nueva notificación. No estaba preparada para lo que vio.Un video.Con un nudo en el estómago, presionó "reproducir". Sus pupilas se dilataron, el aire abandonó sus pulmones y un dolor punzante le atravesó el pecho.Ahí estaba Sergio, su esposo, el hombre al que le entregó su amor y su confianza… con otra mujer.No eran simples caricias ni besos robados.No, aquello era crudo, brutal, una confirmación de lo que ya sospechaba, pero que en el fondo deseaba no fuera real.Ariana sintió arcadas.Soltó el teléfono y corrió al baño, cayendo de rodillas junto al inodoro.Vomitó bilis, el vacío en su estómago solo hacía más doloroso el espasmo.Lágrimas calientes caían sin control mientras apretaba los puños contra el suelo frío de mármol.
—¡Respóndeme, Ariana! —gritó Sergio, sacudiéndola con fuerza.Ariana sintió miedo.No era la primera vez que discutían, pero algo en sus ojos… algo en su expresión… la hizo estremecerse. Había furia, desesperación, pero también algo más oscuro, algo que la puso en alerta.«Si le digo que me iré, ¿qué pasará? No… no puedo hacerlo ahora. Nuestra despedida debe ser limpia. No quiero peleas, no quiero escuchar sus excusas. No hay disculpas para lo que me hizo.»Tomó aire, obligándose a mantener la calma.—¿De qué hablas? —preguntó con voz controlada—. Hoy acompañé a Miranda con una abogada. Tiene problemas serios con su esposo… ella va a divorciarse.El agarre de Sergio se aflojó al instante. Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero lo que más resaltó en su rostro fue el alivio.—¿Miranda…? —susurró, parpadeando.Por un segundo, temió haber dejado entrever demasiado.Ariana lo notó. Su mirada afilada lo perforó con sospecha.—¿Y por qué crees que yo pediría el divorcio, Sergio? —preguntó c
Al día siguienteAriana observó a su esposo salir de casa como lo hacía cada mañana.Desde la ventana, lo vio subir a su auto con la misma calma de siempre, como si todo siguiera igual, como si la traición no existiera.El nudo en su garganta se hizo más fuerte, y apenas el coche desapareció por la calle, ella tomó aire y salió con el chofer rumbo a casa de Miranda.Cuando llegó, su amiga ya la esperaba con el ceño fruncido y los brazos cruzados.Pero en cuanto la vio, su expresión se transformó en pura compasión.—¡Ariana! —susurró, extendiendo los brazos.Ariana corrió hacia ella y la abrazó con todas sus fuerzas, aferrándose como si ese abrazo pudiera sostener los pedazos de su alma rota.—No puedo creerlo —susurró Miranda, con el enojo y la incredulidad marcados en su voz—. Si no hubiera visto esas fotos con mis propios ojos, jamás habría pensado que él te engañaría. Siempre fue el esposo perfecto… y ahora…Las lágrimas de Ariana rodaron sin control.—No sé qué pasó… Nos perdimos…