Valeria
Cuando salimos del hospital, Fernando no dijo mucho. Caminaba lento, con el bastón en la mano, los hombros erguidos pero el rostro concentrado, como si procesar todo lo vivido lo mantuviera en otro plano. El sonido rítmico del bastón contra el pavimento marcaba nuestros pasos, una melodía irregular que parecía acompañar sus pensamientos.
Yo lo acompañaba en silencio. No porque no tuviera nada que decir, sino porque sentía que el momento pedía eso: estar. Sin interrumpir, sin completar frases ajenas, sin forzar un consuelo. Solo estar. Observaba cómo su respiración se había vuelto más pausada desde que salimos de la habitación de su abuelo, como si el aire del exterior le costara más trabajo que el artificial del hospital.
La tarde estaba muriendo despacio. Las calles se habían vaciado de la prisa del mediodía, y ahora solo quedaban algunos transeúntes caminando sin urgencia, parejas tomadas de la mano, ancianos sentados en bancos alimentando palomas. Era uno de esos días en qu