Fernando
La notificación me llegó como una ráfaga. Ni un mensaje previo, ni un intento de suavizar el golpe. Solo una llamada breve de mi abogado, diciendo: “Tu abuelo ha tenido una caída. Está grave. Pidió verte.”
Colgué con la garganta seca, y el cuerpo paralizado por un miedo viejo, ese que creía haber dejado atrás cuando corté lazos con los Casteli. Pero no. Ahí estaba de nuevo. Latente.
Me senté al borde de la cama con las manos apoyadas sobre los muslos. Todavía usaba el bastón, aunque cada vez menos. El progreso en mi rehabilitación era real, y hasta la alegría por haber sido ascendido a gerente en la cafetería parecía distante. Todo se desdibujaba ahora.
Valeria se acercó con cuidado, como siempre. Esa forma suya de caminar hacia mí cuando sentía que el mundo se me venía encima.
—¿Qué pasó? —preguntó, con esa voz suya que me anclaba.
Le conté. Sus ojos no se abrieron por sorpresa, sino por empatía. Como si ya supiera que este momento iba a llegar. Como si lo hubiera estado esp