Valeria
El aire entre nosotros se había vuelto denso desde aquella discusión en la clínica. Una bruma invisible pero palpable que ocupaba cada rincón de nuestra casa, cada centímetro entre nuestros cuerpos. No eran necesarias las palabras; el distanciamiento se manifestaba en cada gesto contenido, en cada mirada esquivada, en los silencios que antes eran cómodos y ahora pesaban como losas.
Me obligué a mantener la rutina. Salía temprano a trabajar, mucho antes de que Fernando se despertara del todo. Me escabullía como una sombra por nuestro propio apartamento, conteniendo la respiración al pasar junto a la habitación, temiendo despertarlo y enfrentar esa mirada herida. Le dejaba el desayuno preparado, su café en el termo junto a una nota breve, "Ten un buen día, amor", palabras que parecían pertenecer a otra época, a otra pareja que no éramos nosotros ahora. Pero al volver, el peso de la tristeza se asentaba sobre mí como una segunda piel, como un abrigo demasiado pesado que no podía