Fernando
Había una diferencia abismal entre compartir una cama por impulso, y compartirla por elección. Antes, aquella vez en la clínica, todo había ocurrido como un relámpago: confusión, deseo, un beso que se desbordó, y la necesidad urgente de sentirnos vivos. Pero ahora no había apuro. No había urgencia. Estaba ella, frente a mí, y un silencio tan cómodo como aterrador entre los dos.
Valeria me esperaba en la habitación, con la cama ya dispuesta y la luz ténue encendida. Se había puesto una camiseta amplia, de esas que caen sobre un hombro y dejan entrever la piel sin proponérselo. Yo la miraba desde el marco de la puerta, intentando no pensar demasiado en todo lo que sentía.
Estaba nervioso. Mucho más de lo que esperaba. No por ella, ni por el deseo creciente entre nosotros. Sino por lo que significaba acostarme con ella ahora: sin sombra, sin escapatoria, sin la excusa de un momento robado. Ahora podría verme. Ver mi cuerpo, por completo, con los rastros que había dejado la rehab