El aire en mi interior seguía siendo un torbellino. Apenas había salido del horror de la subasta y del caos del escape, y ahora estaba siendo conducida por un hombre que me era ajeno, pero que, por alguna razón que no podía explicar, me hacía sentir… ¿Familiaridad? Fyodor no era cálido, ni amable, pero tenía esa forma de estar, de moverse, de callar… que me recordaba con una punzada dolorosa a él.
A Gabriele.
No quise pensar en eso. Solo sentir su nombre en mi mente me hacía temblar por dentro, como si toda mi estructura se quebrara. Y aunque me repetía que no podía ser verdad, que él no podía estar muerto… el simple hecho de que nadie me lo negara con certeza era suficiente para helarme la sangre.
Fyodor abrió un gran portón de hierro oxidado, y pasamos a lo que parecía ser un castillo antiguo. No podía decir exactamente dónde estábamos, pero por la vegetación del entorno, el clima y la arquitectura, intuía que aún estábamos en Europa del Este. El lugar estaba iluminado, sí, pero no