Inicio / Mafia / Entre sus ojos y el infierno / CAPÍTULO 6 Nueva realidad
CAPÍTULO 6 Nueva realidad

El auto se detuvo frente a una imponente villa con vista al mar. El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de un naranja suave que no lograba calmar la tensión que llevaba dentro. Taormina debería haberme parecido un paraíso, pero a mí se me antojaba una jaula de oro. Me bajé sin decir una palabra, con el corazón apretado en el pecho, mientras Gabriele rodeaba el coche para abrirme la puerta.

—Por favor, Ludo… —murmuró.

No lo miré. Caminé directo hacia la entrada de la casa. Una mujer de edad mediana, con semblante afable, nos recibió con una reverencia ligera. Gabriele le indicó algo en voz baja y ella asintió. Supuse que me había preparado una habitación, o que le había dicho que yo no debía ser molestada. Lo cierto es que, en ese momento, todo me daba igual.

La casa era elegante, amplia, con techos altos y una decoración sobria, en tonos crema y madera. Olía a jazmín y a mar. Subí las escaleras sin pedir permiso, sin esperar indicaciones. Al llegar al segundo piso, abrí la primera puerta que encontré. Una habitación con vista al Mediterráneo, con cortinas blancas ondeando por la brisa vespertina.

Entré, dejé mi bolso en una silla y me senté en el borde de la cama. Las manos me temblaban.

No pasó mucho tiempo antes de que escuchara el suave golpe en la puerta.

—Ludo… ¿Puedo entrar?

No respondí. Él lo hizo de todos modos.

Gabriele se acercó despacio, como si temiera asustarme más de lo que ya estaba. Se sentó en el sillón frente a la ventana y dejó un espacio entre nosotros.

—Sé que estás enfadada. Y que no entiendes nada de lo que está pasando —dijo, con voz baja—. Pero necesito explicarte.

Lo miré. Tenía los ojos cansados, pero no había en ellos arrogancia ni frialdad. Estaba preocupado. ¿Y qué? No justificaba nada.

—Entonces explícame —dije con frialdad—. Explícame por qué mi vida ya no es mía.

Gabriele entrelazó las manos, como si buscara las palabras correctas.

—Marco D’Amico es un hombre peligroso, Ludovica. Lo sabía tu padre. Lo sabíamos todos. Pero tú no sabías… ni podías saberlo. Su presencia no es solo una molestia. Es una amenaza constante. Para ti. Para tus padres. Para tus hermanos. Para mí también.

Lo observé con escepticismo.

—¿Y esta fue la solución?

—Lo que hice fue anticiparme. Evitar que hiciera daño. Lo hice por ti —dijo—. Porque él ya había decidido que te quería… que ibas a ser suya. Y en nuestro mundo, cuando alguien como Marco decide algo así… no hay vuelta atrás.

Me quedé en silencio. Se veía que Marco era cruel, manipulador, pero escuchar aquello… me revolvía el estómago.

—Podrías haber recurrido a la policía.

Gabriele soltó una risa seca, sin humor.

—¿La policía? ¿Crees que él no tenía policías en su bolsillo? No entiendes, Ludo. En esta parte de Sicilia, la justicia a veces hay que hacerla uno mismo. Y ahora… ahora su familia querrá venganza, por la humillación. Lo que hice no fue solo protegerte. Fue declarar una guerra.

Lo miré, asustada.

—¿Y qué tiene que ver mi familia con todo esto?

Se levantó y se acercó lentamente.

—Porque eres importante para mí. Porque cualquiera que te toque, me toca a mí. Y eso incluye a los tuyos. Ya los están vigilando. No solo para protegerlos… sino también para asegurarse de que Marco no tenga un aliado oculto esperando atacar.

Mi pecho subía y bajaba con rapidez. Me sentía atrapada. Una prisionera de algo que no había elegido.

—Quiero volver a casa —susurré.

Gabriele negó con la cabeza.

—No es seguro, Ludovica. No por ahora. Sé que esto te supera, pero créeme cuando te digo que no tienes opción. Ya no. Necesito que cooperes. Que confíes en mí.

—¿Confiar en ti? ¿Después de ocultarme todo esto? ¿Después de arrastrarme a esta locura sin pedirme opinión?

En ese instante, escuchamos pasos. La puerta se abrió con delicadeza, y un hombre de porte imponente entró a la habitación. Pelo canoso, traje perfectamente planchado, mirada firme. El padre de Gabriele.

—Perdón por interrumpir —dijo con voz grave pero amable—. Soy Antonio De Luca.

Me levanté, con una mezcla de respeto y nerviosismo. El hombre me tendió la mano y yo la estreché, algo insegura.

—He venido a hablar contigo, Ludovica. Sé que mi hijo ya ha intentado explicarte parte de la situación. Pero quiero que sepas que, personalmente, lamento profundamente que te hayas visto envuelta en esto. No era nuestra intención.

No supe qué decir. El señor De Luca continuó:

—Tu padre, Tommaso, es un hombre muy respetado. Lo conozco desde hace años. Le tengo aprecio y admiración. Por eso quiero asegurarte que él, tu madre y tus hermanos están bajo nuestra protección directa. Nadie les pondrá una mano encima. Te lo juro por mi apellido.

Eso último sonó como un sello de sangre. No era una promesa cualquiera. Me estremecí.

—¿Y qué esperan de mí? —Pregunté, con la voz quebrada—. ¿Que acepte todo esto con una sonrisa? ¿Qué agradezca?

—Esperamos que seas inteligente —dijo con calma, pero con la firmeza de un patriarca—. Ya eres una de las nuestras, aunque no quieras aceptarlo. Y eso significa que hay cosas que ya no puedes deshacer. Tu vínculo con Gabriele, tu cercanía a esta familia… te colocan en una posición delicada. Y también privilegiada. Podríamos haberte dejado a tu suerte, pero no lo hicimos. Y ahora… solo te pedimos que colabores. Que mantengas la discreción. Que te quedes aquí, donde podemos protegerte.

—¿Por cuánto tiempo? —susurré.

—El tiempo que sea necesario —respondió Don Antonio—. Hasta que se calmen las aguas. Hasta que sepamos que no hay represalias en marcha.

Me sentí al borde del colapso. Caminé hasta la ventana y observé el mar. Tan bello… tan ajeno a mi tormenta.

—No quiero ser una de ustedes. No quiero este mundo.

—Lo entiendo —dijo Antonio, acercándose—. Pero a veces, Ludovica, el mundo nos elige antes de que podamos elegir nosotros. Te lo digo con experiencia. Lo único que puedes hacer ahora… es jugar bien tus cartas. Y confiar en quienes están dispuestos a arriesgarlo todo por ti.

Me giré y vi a Gabriele. Sus ojos clavados en mí. No había arrogancia, ni triunfo, ni imposición. Había pesar. Y miedo. 

—¿De verdad me protegerás? —pregunté, casi en un susurro.

—Con mi vida —respondió, sin titubeos.

Y supe que no mentía.

Me dejé caer en la silla. Estaba exhausta. Confundida. Atrapada. Pero también, en lo más profundo de mí, empezaba a entender que mi destino había dado un giro irreversible. Ya no era solo Ludovica, la hija de Tommaso Conti, la joven que soñaba con libertad. Ahora era algo más. Algo que todavía no sabía si estaba dispuesta a aceptar… o a combatir.

Pero esta vez, tendría que decidir rápido.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP