Después de esa conversación con Gabriele, me quedé pensando… en cómo todo había cambiado. Llevaba varias semanas en esta casa y todo se había sentido como una gran avalancha de situaciones que no terminaba de procesar. Era como si mi vida se hubiese partido en dos desde que crucé esas puertas.
Todo esto me parecía sacado de una historia de otros tiempos, como aquellas novelas o relatos antiguos, donde las jóvenes eran obligadas a casarse con hombres que pagaban por ellas a cambio de una dote. Por varios días, y quizás todavía hoy, me sentí exactamente así: una prenda de cambio, un nombre en un contrato que mi padre había firmado para saldar su deuda.
Necesitaba saber de mi familia. Aún conservaba la esperanza de que mi padre se comunicara conmigo o, al menos, lo intentara. Sabía que los De Luca ahora habían asumido la “protección” de los míos, pero eso para mí no significaba nada. No era una garantía. No lo sentía como tal.
Había noches en las que pensaba en escapar. Batallas internas