Long no solía llamar a horas indebidas, pero esa noche lo hizo. El sonido del teléfono retumbó en la mansión como un eco incómodo, rompiendo el silencio pesado que envolvía los corredores. Vida contestó sin prisa, con un cigarrillo encendido entre los dedos, como si no tuviera ninguna urgencia.
—Tienes un trabajo nuevo —dijo Long, su voz grave, sin rodeos—. Cargamento delicado, destino peligroso. No es opcional.
Milah, que descansaba en el respaldo de un sillón, se irguió al escuchar el tono de su jefe a través del altavoz. Sus ojos se clavaron en Vida, atentos, como si quisiera descifrar lo que no se decía.
—¿Qué clase de cargamento? —preguntó Vida, exhalando humo con calma fingida.
—Información. Documentos que comprometen a un político local. Alguien quiere verlos desaparecer. No me interesa la política, pero me interesa el dinero, y a ti debería interesarte lo mismo.
Vida apagó el cigarro en el cenicero de cristal y se incorporó con gesto firme.
—Está bien. Haremos el trabajo.
Col