Vida salió de su habitación convertida en humo, como el demonio que era. El pasillo de la mansión estaba en penumbras, iluminado apenas por las luces bajas que velaban el silencio de la madrugada. Allí, entre la bruma, distinguió una silueta. No tenía esencia. Era un vacío inquietante.
Se deslizó detrás de la figura, y en un movimiento rápido colocó una daga en su cuello.
—Dame una razón para no acabar contigo —susurró en su oído.
—Soy Lucian —respondió la voz grave, sin moverse—. Oculté mi esencia para que no me reconocieras.
Vida apretó con más fuerza el filo contra la piel de aquel hombre.
—¿Y crees que eso es motivo para perdonarte? Al contrario. A mí me parece suficiente razón para matarte.
Sin embargo, retiró la daga con un gesto brusco.
—Ven. Entremos a mi habitación.
Adentro, encendió las luces, buscó una botella y sirvió dos tragos. A él lo dejó en el sillón, y ella se sentó en la pequeña silla frente al tocador, donde a veces solía maquillarse antes de una misión.
Lucian b