Poco a poco volvía a ser el mismo, o al menos lo intentaba. Porque, en realidad, ¿quién vuelve a ser exactamente igual después de sufrir tanto? Las cicatrices no solo se llevan en la piel, también en la mirada, en la forma de hablar y hasta en la manera de respirar.
Ese día se vistió con esmero. Eligió su mejor traje, el que parecía hecho a la medida de su renacer, y tomó el maletín como si en él cargara no solo documentos, sino un nuevo rumbo. Subió al jet privado con paso firme, aunque por dentro la duda le taladraba.
La nueva secretaria lo acompañaba, impecable, con un gesto profesional que escondía el nerviosismo de quien sabía que estaba entrando en un mundo peligroso. Ella llevaba una libreta en la mano, lista para anotar cada orden, cada detalle.
Él se acomodó en el asiento de cuero, cerró los ojos y dejó escapar un suspiro que pesaba como plomo. No era solo un viaje. Era una declaración silenciosa: estaba de vuelta, aunque no del todo, aunque la sombra de lo perdido aún lo per