—Pero cálmate —suplicó Milah, deseando no haber viajado. Sabía que la única capaz de controlar a esa bestia era Nyxara. Ella, además de ser la mejor amiga del alfa real, era una alfa; en cambio, Milah no era más que una omega atrapada en el lugar equivocado—. Me estás asustando, Kaelion.
El alfa real permanecía en aquel parque, casi transformado. Sus garras asomaban, sus ojos verdes como esmeraldas ardían y su temperamento se tornaba incontrolable. Rugía con furia, golpeando árboles, astillando troncos y dejando tras de sí un rastro de destrucción. El miedo de la omega era que algún humano pudiera verlos o, peor aún, que Kaelion terminara perdiendo por completo el control y saliera en aquel estado tras Vida.
—Deberíamos enfocarnos en tus verdaderos enemigos… en tu verdadero problema. Aquellos que atacaron a Mateo y quisieron llevarse a Vida —dijo Milah, sin encontrar otra forma de frenarlo.
Desesperada, tomó el teléfono y llamó a Nyxara. La loba alfa llegó en un abrir y cerrar de ojos