Aquella mujer rompió la calma del hospital y reunió a tres especialistas en la misma sala.
El sonido de los tacones sobre el mármol se mezcló con el eco metálico de la camilla, empujada con fuerza por dos enfermeros. La sangre manchaba el suelo en un rastro irregular. En el pecho de la mujer sobresalía una rama gruesa, de corte irregular, que parecía haberse incrustado con violencia. Su respiración era corta, temblorosa, el aire entraba y salía en jadeos entrecortados.
Vida bajó las escaleras corriendo desde el ala administrativa, con el estetoscopio colgando del cuello. Milah la seguía detrás, todavía sosteniendo la taza de café que se le enfrió entre las manos.
—¿Qué pasó? —preguntó Vida, apenas cruzó la puerta del quirófano.
—Accidente de carretera, cayó sobre un árbol. La rama entró por el costado derecho, atraviesa el diafragma y posiblemente el hígado —respondió el médico de guardia, con la voz tensa.
El silencio que siguió se rompió solo por el pitido de las máquinas.
Vida