La mansión se alzaba como un palacio de emperadores. Sus muros imponentes, las columnas de mármol y los jardines milimétricamente cuidados parecían susurrar historias de poder antiguo. Milah lo contemplaba con los ojos muy abiertos, como si caminara en medio de un sueño. Si la residencia de Kaelion le había parecido majestuosa, esta sobrepasaba cualquier comparación. Todo en aquel lugar irradiaba grandeza y peligro.
Vida, en cambio, caminaba con la seguridad de quien regresa a un sitio demasiado conocido. Ese había sido su hogar, o al menos la jaula dorada donde la mafia la había criado, moldeado y convertido en un arma. Aquel aire cargado de incienso y pólvora no era nuevo para ella; lo llevaba tatuado en la piel desde su infancia.
En la entrada las esperaba Long, el jefe de la mafia china. La noticia de su regreso lo había alcanzado antes incluso de que el avión tocara tierra; los zanates habían seguido cada uno de sus pasos desde la frontera. Allí estaba él, fumando un puro, su sil